sábado, 15 de noviembre de 2014

Mensajes de papel.

Jugar con las palabras es tan sencillo como coger un lápiz de color y pasarse del delicado delineado del hipopótamo que tienes sobre la mesa. Rumiar las palabras, escoger los sinónimos, buscar la sonoridad y las letras que decoren una hoja en blanco, plasma el firme deseo de quien las crea de sacar de las sombras las cientos de tonalidades que se desdibujan en el horizonte con desgana. No existe sentimiento que las letras, una detrás de otra, no puedan expresar, desde la añoranza tintada de tristeza como cera derretida hasta la calidez al sentir el gusto del café humeante en los labios tras una tarde de lluvia, aire y frío que te deja la piel gélida y vaporosa.
Con ellas se consigue enamorar a quien te lea regalando bondadosas estrofas y frases bien elaboradas que se escriben cerrando los ojos, respirando hondo e imaginando cada palpitación, burbujeo, escalofrío o inestabilidad que quieres donar, como la primera vez que besas a alguien a quien amas incluso antes de llegar a esa conclusión tan tajante que, sin duda, te llevará a andar sobre las nubes sin necesidad de drogas. Ese primer beso lo recubre el sonido de los zapatos al acercarse mutuamente, de la ropa que se estira pegada a la piel para tocar el objeto deseado; el olor de su piel que te atrae sin remedio, de su colonia que te embriaga y aletarga. Sientes el deseo nacer en tu pelvis y subir disparado al estómago, al esófago y, finalmente, latir en la lengua, los labios y el corazón. Los cuerpos se rozan, la electricidad es casi palpable y la densidad del aire alrededor podría cortarse con una catana. Aprietas tu pecho contra el suyo, las manos se tocan, se sueltan y se reencuentran de nuevo. Acercas tu cara, las narices se tocan, se sienten y los labios se arquean formando una sonrisa inequívoca de placer. Inexorablemente los labios se chocan, el beso explota, el cuerpo reacciona, el mundo desfallece, la piel arde, la saliva se mezcla y el dulce placer de la muerte en vida traslada los cuerpos más estables a un sinsentido pulcro, elegante, soberbio, altivo, valiente, fugitivo, vivo, libre, fugaz.
Palabras, palabras y palabras que huyen del rostro, enrojecen al lector, deambulan por el aire sin GPS, se estrellan contra las paredes y rebotan dando tumbos, borrachas e hipando; pero nunca mueren, vagan errantes de oído en oído, de retina en retina y de corazón en corazón.

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