lunes, 3 de marzo de 2014

Tan fácil como abrir los labios y gritar.

Una vez más, compruebo que la realidad está compuesta por las partes de una obra de ficción que, al juntarlas, parecen tan soberanamente increíbles que no te queda de otra que aceptarlo como verídico, que jugar a su juego, que acatar sus reglas.
Pasan los días y el tiempo se enseñorea quisquilloso entronándose como el rey de nuestras sonrisas, como el cleptómano de nuestra tranquilidad y el indeseado de nuestra juventud. El tiempo, al igual que la realidad viajan tan juntos que condicionan nuestras pisadas, dibujan cuadros de paisajes oníricos y se revuelcan en su propio fango creando un corto de temática gore y sado tan usual que, una vez más, aceptamos como real y única.
La realidad nos aplasta y oprime a través de golpes certeros e invisibles disfrazados de lágrimas, de desengaños, de falsedades, de desplantes y giros de miradas; nos ralentiza dejándonos tan vacíos y tan llenos de nada que se hace imposible levantar la cabeza para gritar que estamos colmados de cientos de chistes, de victorias, de insensateces tan cuerdas que pueden plagar las historias de otros de miles de palpitaciones.
El tiempo se jacta de seguridad al quitarnos la capacidad de decisión, de aplaudir riesgos, de conocer y conocernos, de crear y de crearnos a nosotros mismos como el mejor de nuestros proyectos, el mejor de nuestros logros y el más grande de nuestros regalos.
- Ya estoy muy viejo. – No tengo tiempo. – A ver si puedo… Si las conoces, son las típicas frases del tiempo y de la realidad que se agolpan indecentes en nuestra frente para nublar la capacidad  de reacción ante la mínima oportunidad de ser felices. No tengas miedo.
A lo largo del tiempo recabamos todas las herramientas para ser capaces de avanzar, de propasarnos y tontear con la incapacidad que genera el miedo a no tener miedo, a no temer a una multa, a un pelota de goma o a un chorro de agua. Sabemos seducir al miedo y cautivarlo. Sabemos pedir lo que necesitamos y  sabemos recuperar lo que perdimos. Sabemos decirle al tiempo que hacemos con él lo que nos plazca y sabemos vivir la realidad como queremos vivirla.
No es cuestión de saber, es cuestión de querer.

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