jueves, 9 de enero de 2014

En recuerdo de lo perdido.

Ya lo decía Cicerón: “el sometimiento a la ley es garantía de libertad”. ¿Verdad, Sr. Juan Carlos?, ¿usted también lo cree, Sr. Gallardón?. Sin duda, después de percibir tan dignos ejemplos de igualdad y justicia en medio de nuestra sociedad resulta impensable que cualquiera de nosotros dude de la valía y poderío de las leyes. Nos sentimos protegidos por el Estado y avalados por su honorabilidad. No entiendo por qué nos quejamos con agudas críticas si nosotros derramamos nuestra soberanía en las personas que bien nos vendieron su buena imagen, fidelidad y compromiso.
Tenemos lo que quisimos porque cada voto y cada cabeza hicieron subir a quien ahora no quiere bajarse del pódium. Sumamos sufragios para crear bienestar y cercenamos tristezas y desengaños para hacer ganar al PP buscando en su tradición la estabilidad que la sonrisa de Rajoy guardaba entre dientes para luego mostrárnosla con sus afilados colmillos tan faltos de personalidad que están roídos por los impulsos de sus ministros.
Para que la libertad sea tangible debe ser la expresión máxima de la voluntad general, todos sometidos por decisión propia, y no esclavos de la ley escrita por el arbitrio de un déspota. Sr Gallardón, no me refiero a usted con su ley del aborto, no. No nos cabe duda de que nosotras las mujeres carecemos de sentido común y moral y, por ello, le damos las gracias por elegir por nosotras cuándo ser madres y cuándo no. ¡Qué haríamos sin la luz y espiritualidad que desprende su ideología tan llena de ética y valores!. Menos mal (o gracias a Dios, según se mire) lo tenemos a usted.
Es realmente satisfactorio respirar la plenitud que vive la democracia española actual, está en sus mejores años: joven, fuerte y vigorosa; la política es transparente y rinde cuentas de sus facturas, los jueces son imparciales y la ciudadanía ejerce sus derechos y los defiende.
Empezamos año estrenando kilos de más, dinero de menos y la misma realidad viciada maquillada con pinturas de agua en un malecón que deja a su paso sólo un borrón imperceptible propio de una obra pictórica moderna abstracta.

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