Tan vacío como las botellas de alcohol el 1 de enero fue el
mensaje que un Rey que parece ajeno a la realidad que vive su pueblo moribundo
de esperanzas, fe y hambre nos regaló hace unas horas.
Palabras puestas al azar, con el mismo orden y concierto que
utilizo para demostrar que las palabras tienen igual poder para construir que
para demoler torres de humo disfrazadas de plenitud.
Ya no es cuestión de no creer en la política, en la ausencia
de ética o la abundancia de corrupción de quienes mueven los hilos y nos
mantienen en jaque y a punto del
suicidio; la cuestión se tambalea entre tú y yo, un rato eres tú la
persona culpable y al otro rato la culpa es sólo mía. Somos solidarios/as por
naturaleza, para la permanencia de la raza humana y por ello compartimos la
culpa de la ineptitud.
A lo largo de los años hemos venido recabando información,
datos, cifras, y hechos de lo que tenemos, somos y practicamos, de lo único que
conservamos fehaciente prueba es de la preeminencia del amor: amor propio, amor
familiar, amor fraternal y amor pasional. Por amor morimos, enloquecemos,
matamos, sufrimos, lloramos, volamos y reímos a carcajadas. Sólo por amor
levantamos muros y asolamos infiernos. Por amor escribimos y gritamos que la
libertad es una realidad y no las leyes que remarcan el infortunio de las
mujeres obligadas a ser madres en contra de su voluntad. ¿Qué mañana le espera
a un niño o una niña que se ve inexcusablemente forzado/a a venir a un mundo
con cada vez menos futuro?. Es como darle carne a una persona que no tiene
dientes, igual de macabro y perverso.
Nos pintaron pajaritos en el aire y lo peor es que
intentamos darles de comer.
Hagámonos libres por amor, por odio, por cobardía, por no
dejar o por puro orgullo. Por el motivo que sea, pero libres.