En mi defensa diré que el mundo ya estaba
hecho y rehecho cuando yo nací.
Vaga defensa que se pierde entre las
sábanas de los sueños prohibidos y lacrimosos que se quedan a medio camino
entre el cielo y el infierno.
Nariz con nariz respiro el oxidado olor a
tabaco que deja una pseudo-política tan añeja y resquebrajada como las paredes
húmedas y macilentas de una cárcel carente de ladrones y mangantes que están disfrazados de corbata y
barbas bien cuidadas.
Somos absolutamente incapaces de dejar
nuestro cómodo sofá en el que tenemos perfectamente marcada la forma de
nuestras nalgas y que se ha convertido en apoyadero de nuestro siempre fácil
contemplar de una vida que dejó de pertenecernos para ser el tráiler de una comedia
que nunca se estrenará.
Ni siquiera el olor a rancio, a
purulento, a pasado, a podrido, putrefacto y corrompido de las mentiras que nos
cuentan a la cara con la sonrisa de la Gioconda obran en nosotros el mínimo de
avivar un gesto de desprecio a la conformidad y avenencia a la que somos más
fieles que a nuestras propias parejas.
Sin duda, el agua que bebemos y el aire
que respiramos desprenden y destilan la ponzoña característica de una paz tan
revuelta que se ha convertido en “kumis” agriado y vacilante en medio del
hambre a la que parece que nos hemos adaptado.
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