Somos prisioneros/as. Estamos presos en medio del mal y del
bien. Nos ponemos los grilletes a voluntad propia dejándonos al margen de
nuestras propias decisiones, dejamos que otros/as decidan por nosotros/as, que
apuesten por nosotros/as en la Ruleta para después perder nuestra dignidad,
derechos, libertad, medicinas, educación, capacidad de decisión, fe y ganar
otras cositas como apatía, pereza, desesperanza, rabia o indiferencia.
No supimos jugar nuestras cartas eligiendo a quien decide
por nosotros/as, escogimos mal a nuestros/as representantes y como si fueran
los/as dueños/as y señores/as de nuestra voluntad, venden y trafican con
nuestro presente y nuestro futuro y porque el pasado no se puede cambiar… Que
si no, también nos lo dibujaban diferente cambiando los titulares de las
noticias que no les conviniera, como en 1984
de Orwell. En realidad no estamos tan lejos de tener “policías del pensamiento”
que controlen nuestras ideas referidas al gobierno, a nuestros líderes y
lideresas o, en la época actual, que censuren nuestros hashtag y impidan que
nos manifestemos o hagamos fotos a la policía. ¿Impensable y locura sin medida,
verdad?.
Estamos prisioneros/as en Azkaban y perdemos nuestras
ilusiones, sueños y deseos al tirar de la cadena del WC. Abandonamos nuestra
voluntad a su propia suerte dejándola huérfana y no nos da pena, no sentimos
lástima de nosotros/as mismos/as al vernos vagar errantes por un suelo lleno de
basura y mentiras, no salimos a la calle a limpiarlo; nos ponemos las botas de
plástico para caminar más cómodamente en medio del fango. ¿Salir con una escoba
y un recogedor para reciclar toda la porquería que recubre nuestro camino? ¡No,
por Dios!.
Vivimos en nuestra propia cárcel, palpamos los fríos barrotes y gustamos el olor agrio de la orina acumulada y reseca, pero tenemos diagnosticado un síndrome de Estocolmo grave y crónico que nos impide coger la llave puesta deliberadamente a nuestro alcance.
Vivimos en nuestra propia cárcel, palpamos los fríos barrotes y gustamos el olor agrio de la orina acumulada y reseca, pero tenemos diagnosticado un síndrome de Estocolmo grave y crónico que nos impide coger la llave puesta deliberadamente a nuestro alcance.
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