Nos va el morbo de coquetear con la mujer del prójimo y si no, que se lo digan a nuestra élite política que regala pactos con partidos políticos con los que juraron no aliarse seducidos por sus esposas-poder-dinero.
Seducimos y nos dejamos seducir porque desde que nacemos hasta que morimos estamos total e irrefrenablemente condicionados a buscar el agrado en la sonrisa, falsa o hipócrita, de las personas que tenemos al rededor. Somos egoístas porque nuestra ley primera es auto satisfacernos. Los actos altruistas se difuminan ante nuestro innato instinto de supervivencia.
Sobrevivir a base de artimañas creativas como hurtar sin descaro, mentir con perspicacia, maquillar sin pudor y hacer recortes con dinero ajeno.
Sobrevivimos siguiendo a rajatabla la cadena trófica en donde la cúspide está llena de la más maravillosa creación de -a rellenar por la creencia teológica individual- : el Ser Humano.
Servimos a destajo para ser felices a toda costa y entre nosotros mismos nos peleamos por estar cada vez más arriba de esa cúspide. No debes fiarte de la sonrisa atenta de quien te escucha con pasión porque bajo su brazo tendrá un libro titulado Cómo influir en los demás. Infieles, corruptos y manipuladores.
Pero todo cambia cuando la ves, cuando la sonrisa no es ensayada frente al espejo si no que brota de la más natural de las cavidades del pecho; cuando extiende una mano no para recibir si no para regalar; cuando las palabras dichas por sus labios tienen ese acento original y pausado. Todo cambia cuando el anciano te agradece un asiento en el metro con un tierno y tembloroso "gracias"; cuando el bebé te sonríe con la boca manchada de chocolate y te pide más.
Todo cambia cuando la infidelidad, la malicia y el instinto de supervivencia se convierten en lo que deben ser: adjetivos puntuales propios de animales políticos que existen para que el corazón derretido por el roce de esa piel cobre sentido y haga valer la pena no quedarse inmóvil al borde del camino y te haga volar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario