Existe un
problema en la actualidad que resulta cada vez más difícil de sosegar: la
incredulidad. Que no falta de fe, no, incredulidad. En esta se afianza la
permanencia de hábitos dañinos que hacen imposible que la sociedad se percate
de sus carencias envueltos por la arrogancia.
Caminamos por la
vida como si el suelo nos perteneciera y olvidamos que es efímero, que los pies
son prestados y que quizá este suelo no esté ahí cuando nos despertemos y no
precisamente por las obras. Tenemos una serie de afirmaciones arraigadas en la
mente del ciudadano 2.0 que nos hace incrédulos ante nuestros errores del “pasado”.
Racismo, machismo,
desigualdad, homofobia se camuflan en la espiral del silencio que empuja a
decir lo políticamente correcto bajo la frase: “en pleno siglo XXI…”. Sí, en
pleno siglo XXI se cree que la homosexualidad es una enfermedad, que la mujer pertenece
al hombre y que existen razas superiores. Sí, el techo de cristal para la mujer
es real, no un mito como el de Prometeo y sí, “en pleno siglo XXI”.
La soberbia del
ciudadano 2.0 ha restado importancia a los problemas mentales del individuo que
hace bullying, que mata a personas en
nombre de un dios (¿Dios?) y que maltrata física y psíquicamente a su pareja ya
sea hombre, mujer, trans, ¿qué más da? Humano al fin y al cabo con personalidad
jurídica.
Los problemas superficiales
han cambiado, ahora nos desvelamos pensando en las pensiones, en el IBEX, en el
último Smartphone, en si hay vida en Marte o vida más allá de la Vía Láctea, en
las aplicaciones para ligar, en los likes,
followers, tendencias actuales, virales…La
hipercomunicación y globalización nos ha banalizado, masificado y cosificado
como targets, es decir, actualizado
al ciudadano en su versión 2.0 con su “tecnoestrés” correspondiente.
Se nos olvidó que
la axiología que mueve al ser humano no se debe actualizar si el objetivo no es
el bienestar, la felicidad y la justicia; sí, esas ñoñerías de las que algunos
hablan.
En el panorama
mundial, este nuevo ciudadano se extiende y asienta en un sector de la
población que ha empezado su fase beta del ciudadano 3.0 que obvió algo de
vital importancia: la deontología profesional, o peor, no la conoce. Y esparce
con alevosía su falta de humanidad, empatía y asertividad. Si no sabe de qué le
hablo, sólo mire a ciertos mandatarios de la clase política porque la
incredulidad del ciudadano 2.0 a la existencia de mentalidades que votaran a Trump
ha hecho que sea él el protagonista gran parte de los dolores de cabeza de la
humanidad.
Pese a esta
incredulidad en el mantenimiento de comportamientos dañinos y lesivos en el
modelo de sociedad avanzada y global, el número de asesinatos de personas a
manos de sus parejas, el número de suicidios por bullying o el alto número de
reclutados por terroristas no para de crecer; es el modo que tiene el ser
humano de pedir auxilio de la misma manera en la que la Tierra se derrite
pidiendo ayuda un ciudadano 2.0 que se ha olvidado de sí mismo y de lo que en
realidad importa.
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