Siempre que escucho el término “globalización”, mi mente
infantilizada no puede evitar pensar en un enorme globo aerostático de colores
volando alrededor del mundo con unos señores de sombrero y gabardina en su
interior. Lo cierto es que no está muy lejos de la realidad mi visión onírica
de la palabra ya que, en realidad, la globalización se centra en el
fortalecimiento de unos pocos (señores dentro del globo aerostático) por encima
de la población total que pisa la tierra como si de verdad fueran sus dueños.
Nos encontramos, pues, con que los señores del sombrero que
vuelan por encima de nuestras cabezas van soltando caramelos a nuestro suelo
que nosotros recogemos con entusiasmo, jovialidad y entrega. Un día, por
ejemplo, nos sueltan que han detectado un brote de gripe porcina (y tú piensas:
“uf!”). Al día siguiente dejan caer que ya hay 30 muertos en Latinoamérica por
la gripe porcina (y tú piensas: “Dios!”). Después como buenos seductores te
lanzan al aire: “Primeros brotes en Europa” (y a ti se te congela la sangre. Te
llenas de paranoia). Pero tranquilos que al día siguiente se olvida todo porque
hubo un terremoto en Tailandia y un tsunami en Cuba.
Es, de esa manera tan delicada, apacible y envolvente que
hacen que nuestro cuello esté siempre estirado hacia arriba esperando el
siguiente aluvión de caramelos de colores que entretendrán nuestras tardes
mientras, a hurtadillas, manejan nuestras dosis diarias de felicidad edulcorada
por cifras, datos y números que, de tanto comerlos, pierden sabor e interés; de
ahí que, ciudadanos bajo un régimen de censura dictatorial no sabe o no quiere
saber que su gobierno es corrupto pero vive feliz en la ignorancia. Y, peor
aún, ciudadanos de democracias occidentales
que saben que su gobierno es corrupto miran a los lados buscando,
olfateando, revisando y, como no hay caramelos, vuelven a girar hacia arriba
esperando ansiosos como los niños en la cabalgata de reyes a que les llegue lo
suyo.
Siendo justos, realistas y benévolos, debemos reconocer que la “globalización” nos ha unido, nos ha llenado de esperanza al conocer mundo, al contactar con personas del otro lado del planeta en cuestión de segundos y, sobre todo, nos llena de miles de posibilidades al tener la información en la palma de la mano pero, como todos los niños golosos, nos comemos las chuches con avaricia, a bocados y sin compartir ni degustar provocando indigestiones, flatulencias y retortijones.
Siendo justos, realistas y benévolos, debemos reconocer que la “globalización” nos ha unido, nos ha llenado de esperanza al conocer mundo, al contactar con personas del otro lado del planeta en cuestión de segundos y, sobre todo, nos llena de miles de posibilidades al tener la información en la palma de la mano pero, como todos los niños golosos, nos comemos las chuches con avaricia, a bocados y sin compartir ni degustar provocando indigestiones, flatulencias y retortijones.
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