Llevaba tanto
tiempo sin ponerme delante de la temida “hoja en blanco” que había olvidado totalmente
la enorme sensación de vacío, de vértigo y de inquietud que se siente al tocar
su borde; al poner un pie en el aire mientras el otro se aferra a lo único que le
queda, un trozo de tierra, un trozo de papel.
Cada día que
pasaba y eludía mi responsabilidad conmigo misma hacia mis propias pasiones me
preguntaba: “¿Por qué?”. Por… ¿Pereza? ¿Pérdida de fe? Si era pérdida de fe, ¿En
qué? ¿En mí? ¿En la humanidad o en lo que veo en ella? ¿Por amor? ¿Desamor?
Uno de los tantos
días, de hace muchos días, abrí los ojos y lo vi, vi el motivo, lo palpé.
Era yo. Siempre
he sido yo, siempre seré sólo yo.
Las excusas ya no
me valían, ya no tenía a quién más echarle la culpa, ya no tenía más preguntas
porque ya no buscaba esconderme, huir o refugiarme. Nunca he sido cobarde pero
estaba degustando esa amarga sensación que era tan desconocida, que no
comprendía, esa sensación de la que no alcanzaba a imaginar su poder, su
grandeza, su avaricia, su maldad, su maldición…
Y aquí estoy,
siendo pequeña delante de una colosal “hoja en blanco”, siendo tan cobarde como
cualquiera pero tan terca y cabezota como ninguna.
Y aquí estoy,
hablando de lo que no sé pero amo; de lo que deseo pero temo; de lo que anhelo
pero huyo; de lo que, sin sentido, persigo.
He vuelto para
quedarme porque lejos de mi amada “hoja en blanco” me pierdo, me desconozco, me
encierro y me convierto en quien no soy; en un reflejo de mí que se desvanece
en el aire, que se escapa entre los dedos. No me gusta lo volátil pero me
fascina derretirme en la boca y en los labios de quien me absorbe sin que yo lo
sepa, de quien me cubre con sus ojos,
quien me deja fundirme en su lengua o, incluso, quien me desprecia y me odia sin
que yo pueda saberlo nunca.
Creo que no hay
nada más complicado para el ego de una persona que la indiferencia, que la
mirada que resbala por un cuerpo sin emoción, sin despertar nada. La nada.
Todo el mundo
escribe, todo el mundo canta, corre, dibuja, sueña… Pero no por eso se les
llama escritor, cantante, runner, ilustrador o soñador… A alguien que corre
sólo le hace falta constancia, unas zapatillas del Decathlon y una pista para
ser runner, pero a alguien que dibuja le hace falta alma, musa, tacto y pulso
para ser un ilustrador. ¿Dónde se compra el alma? ¿Dónde se compra a una musa y
de dónde vienen las líneas perfectas llenas de vida para ser un dibujante? Qué difícil
tener algo cuando no lo puedes comprar, cuando no tiene precio. Qué difícil es amar con el alma a la “hoja
en blanco” que te mira con desprecio, que se ríe en tu cara, que te pone la
zancadilla y que sabe que con un solo “clic” te puede abandonar.
Qué difícil se siente sabiendo que se es una letra, una pequeña mancha, un borrón que tiene que convertirse en el más hermoso vestido de la orgullosa, tímida e inocente “hoja en blanco”.
Qué difícil se siente sabiendo que se es una letra, una pequeña mancha, un borrón que tiene que convertirse en el más hermoso vestido de la orgullosa, tímida e inocente “hoja en blanco”.
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