Jugar con las palabras es tan sencillo como coger un lápiz
de color y pasarse del delicado delineado del hipopótamo que tienes sobre la
mesa. Rumiar las palabras, escoger los sinónimos, buscar la sonoridad y las
letras que decoren una hoja en blanco, plasma el firme deseo de quien las crea
de sacar de las sombras las cientos de tonalidades que se desdibujan en el
horizonte con desgana. No existe sentimiento que las letras, una detrás de
otra, no puedan expresar, desde la añoranza tintada de tristeza como cera
derretida hasta la calidez al sentir el gusto del café humeante en los labios
tras una tarde de lluvia, aire y frío que te deja la piel gélida y vaporosa.
Con ellas se consigue enamorar a quien te lea regalando
bondadosas estrofas y frases bien elaboradas que se escriben cerrando los ojos,
respirando hondo e imaginando cada palpitación, burbujeo, escalofrío o inestabilidad
que quieres donar, como la primera vez que besas a alguien a quien amas incluso
antes de llegar a esa conclusión tan tajante que, sin duda, te llevará a andar
sobre las nubes sin necesidad de drogas. Ese primer beso lo recubre el sonido de
los zapatos al acercarse mutuamente, de la ropa que se estira pegada a la piel
para tocar el objeto deseado; el olor de su piel que te atrae sin remedio, de su
colonia que te embriaga y aletarga. Sientes el deseo nacer en tu pelvis y subir
disparado al estómago, al esófago y, finalmente, latir en la lengua, los labios
y el corazón. Los cuerpos se rozan, la electricidad es casi palpable y la
densidad del aire alrededor podría cortarse con una catana. Aprietas tu pecho
contra el suyo, las manos se tocan, se sueltan y se reencuentran de nuevo.
Acercas tu cara, las narices se tocan, se sienten y los labios se arquean
formando una sonrisa inequívoca de placer. Inexorablemente los labios se
chocan, el beso explota, el cuerpo reacciona, el mundo desfallece, la piel
arde, la saliva se mezcla y el dulce placer de la muerte en vida traslada los
cuerpos más estables a un sinsentido pulcro, elegante, soberbio, altivo,
valiente, fugitivo, vivo, libre, fugaz.
Palabras, palabras y palabras que huyen del rostro, enrojecen al lector, deambulan por el aire sin GPS, se estrellan contra las paredes y rebotan dando tumbos, borrachas e hipando; pero nunca mueren, vagan errantes de oído en oído, de retina en retina y de corazón en corazón.
Palabras, palabras y palabras que huyen del rostro, enrojecen al lector, deambulan por el aire sin GPS, se estrellan contra las paredes y rebotan dando tumbos, borrachas e hipando; pero nunca mueren, vagan errantes de oído en oído, de retina en retina y de corazón en corazón.