viernes, 18 de abril de 2014

Nuestro propio cielo.

Cuando pensamos en las letras, libros y magia, nuestra mente vaga inconstante entre lo incomprensible y real; esa mezcla ficticia de lo que soñamos y lo que tenemos. Recontamos nuestras metas cumplidas y todo lo que aún nos queda por catar, por degustar, por sentir y por palpar. Descubrimos con pesar que somos más del mañana nonato que del presente virgen y necesitado de nuestras caricias y lleno de abandono. Buscamos con codicia tocar con la punta de los dedos El Dorado sin saber ver que El Dorado está ya en la yema de nuestros dedos, en el límite espacial del sonido de nuestra voz y el alcance de las letras que fluyen incontenibles de nuestra mente vaga e inconstante.
Soñamos los sueños de otros y nos enfrascamos en nuestra propia Torre de Marfil a adorar falsos dioses sin percatarnos de que esas divinidades no son las nuestras, nos refugiamos en lo ya creado por otros por el miedo a lo desconocido, a lo nuevo, a lo que nuestra mente puede parir sin ayuda, sin el otro óvulo o el otro esperma y sentimos la imposición de soltar nuestra larga cabellera por la ventana para que nos rescaten de nuestra propia ingravidez.
Abortamos presentes y desperdiciamos futuros. Nos hemos hecho dependientes y vinculamos nuestro “ser” a expensas de lo reglamentado por dictadores ilegítimos a los que obedecemos sin rechistar porque... ¡Ay de quien se subleve contra el capitán Garfio!.
Soñemos nuestros sueños o nuestras pesadillas. Nuestros.  Tan nuestro como nuestros miedos o nuestros triunfos. Nuestro hoy y nuestro mañana. Y, aunque de tanto repetir la palabra “nuestro” pierda significado, aunque suene mal o sin sentido, será nuestro, como nuestra cama porque no hay nada como dormir en nuestra propia cama.

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