Es curioso caminar por los largos y estrechos pasillos del
submundo que ebulle ante nuestros ojos sin darnos cuenta de que, realmente,
estamos rodeados de muertos. Muertos y muertas, de muerte.
Buscamos en las pupilas de las personas que nos cruzamos por
azar un atisbo de vida, de humanidad, de empatía, de comprensión. Un rastro de
un algo que nos haga sentir menos solos, menos aislados pero, en cambio, nos
topamos con miradas frías, hieráticas y condescendientes de quienes han muerto
y fingen seguir vivos por pura pereza de comunicarle al mundo que han muerto,
como dice Millás: “para ahorrar el disgusto”.
Miramos al cielo y al identificar dos lunas en el firmamento
buscamos a alguien que también las vea. A la que vuele. A alguien que juegue
tan bien como tú a reírse del mundo y pisarlo a grandes zancadas de
indiferencia viva y entrega máxima.
Es curioso caminar casi flotando por los largos y estrechos pasillos del mundo real cuando aceptas que la mayoría de seres humanos que pasan por tu lado son sólo sombras inertes o muertos que nos mienten al afirmar que están vivos como malos actores en medio de su peor interpretación. Los miras a los ojos, sonríes, te asomas a su abismo, les dices “adiós” con la mano abierta y saltas al siguiente precipicio con las mismas ganas con las que un niño sale al recreo después del comedor.
Es curioso volar a cien metros de distancia del suelo y contemplar con la mirada achinada que en cada esquina hay a dos o tres muertos hablando de banalidades y juzgando con murmullos pero que no saben que están muertos. Acechados por la ignorancia de quien no huele a la muerte, de quien no sabe que la muerte les llegó mientras parían, defecaban, comían o practicaban sexo. Murieron y la inconsciencia los desbordó hasta tal punto que viajan con nosotros en el metro pero no se dan cuenta del hedor y pestilencia que desprende su piel putrefacta. Su piel de muerto.
Es curioso caminar casi flotando por los largos y estrechos pasillos del mundo real cuando aceptas que la mayoría de seres humanos que pasan por tu lado son sólo sombras inertes o muertos que nos mienten al afirmar que están vivos como malos actores en medio de su peor interpretación. Los miras a los ojos, sonríes, te asomas a su abismo, les dices “adiós” con la mano abierta y saltas al siguiente precipicio con las mismas ganas con las que un niño sale al recreo después del comedor.
Es curioso volar a cien metros de distancia del suelo y contemplar con la mirada achinada que en cada esquina hay a dos o tres muertos hablando de banalidades y juzgando con murmullos pero que no saben que están muertos. Acechados por la ignorancia de quien no huele a la muerte, de quien no sabe que la muerte les llegó mientras parían, defecaban, comían o practicaban sexo. Murieron y la inconsciencia los desbordó hasta tal punto que viajan con nosotros en el metro pero no se dan cuenta del hedor y pestilencia que desprende su piel putrefacta. Su piel de muerto.