Existen cuatro tipos de payasos, el Clown, Augusto,
Contraugusto y Tony pero, en mi mundo, sin duda, existen cinco si añadimos a la
élite política. Tiene gracia cuando pienso en que estoy estudiando exactamente las
técnicas y tácticas para hacer reír a los niños, igual que ellos hacen con nosotros,
su pueblo, sus protegidos, sus niños... Nunca mejor dicho.
Pero esta quinta clasificación de payasos no contaba con que
sus trucos de magia acabarían oliendo a rancio y que la moneda que sacan de detrás
de nuestras orejas no salía de sus bolsillos si no directamente de nuestras
huchas. Jugaron a ser ilusionistas basados en nuestra ignorancia e
infantilidad, pero crecimos, aprendimos, vimos el conejo dentro de la chistera
rota y ajada y cometieron el error de pensar que seguiríamos aplaudiendo sus
cortinas de humo.
Los niños crecieron y ahora, poco a poco, dejan sus sofás y
sus meriendas en la mesa para salir al parque a gritar que los payasos ya no
los entretienen, que las carcajadas que antaño les robaban ya pasaron factura y
la deuda de tanta risa falsamente provocada ha dejado en crisis la fe y la
esperanza en quien escapaba de las esposas y el agua, de la muerte misma ante
nuestras narices.
Ahora, escépticos y en plena ebullición de la adolescencia,
esperamos a que le pongan la Nariz Roja, la Corona y el maquillaje al experto
de la profesión, claro está, si los adolescentes se lo permitimos y le reímos
la gracia.
Presenciamos cómo crecen nuestros músculos y se agrava nuestra voz para frenar con nuestra rebeldía las imposiciones de una élite carente de personalidad y vendida al mejor postor, el dinero y la corrupción. Es el momento de levantar nuestra mirada y dejar que los zurdos equilibren la balanza ya oxidada y totalmente inclinada al centro disfrazado de derecha.
Presenciamos cómo crecen nuestros músculos y se agrava nuestra voz para frenar con nuestra rebeldía las imposiciones de una élite carente de personalidad y vendida al mejor postor, el dinero y la corrupción. Es el momento de levantar nuestra mirada y dejar que los zurdos equilibren la balanza ya oxidada y totalmente inclinada al centro disfrazado de derecha.