Cuando pensamos en las letras, libros y magia, nuestra mente
vaga inconstante entre lo incomprensible y real; esa mezcla ficticia de lo que
soñamos y lo que tenemos. Recontamos nuestras metas cumplidas y todo lo que aún
nos queda por catar, por degustar, por sentir y por palpar. Descubrimos con
pesar que somos más del mañana nonato que del presente virgen y necesitado de
nuestras caricias y lleno de abandono. Buscamos con codicia tocar con la punta
de los dedos El Dorado sin saber ver que El Dorado está ya en la yema de
nuestros dedos, en el límite espacial del sonido de nuestra voz y el alcance de
las letras que fluyen incontenibles de nuestra mente vaga e inconstante.
Soñamos los sueños de otros y nos enfrascamos en nuestra
propia Torre de Marfil a adorar falsos dioses sin percatarnos de que esas
divinidades no son las nuestras, nos refugiamos en lo ya creado por otros por
el miedo a lo desconocido, a lo nuevo, a lo que nuestra mente puede parir sin
ayuda, sin el otro óvulo o el otro esperma y sentimos la imposición de soltar
nuestra larga cabellera por la ventana para que nos rescaten de nuestra propia
ingravidez.
Abortamos presentes y desperdiciamos futuros. Nos hemos
hecho dependientes y vinculamos nuestro “ser” a expensas de lo reglamentado por
dictadores ilegítimos a los que obedecemos sin rechistar porque... ¡Ay de quien
se subleve contra el capitán Garfio!.
Soñemos nuestros sueños o nuestras pesadillas. Nuestros. Tan nuestro como nuestros miedos o nuestros triunfos. Nuestro hoy y nuestro mañana. Y, aunque de tanto repetir la palabra “nuestro” pierda significado, aunque suene mal o sin sentido, será nuestro, como nuestra cama porque no hay nada como dormir en nuestra propia cama.
Soñemos nuestros sueños o nuestras pesadillas. Nuestros. Tan nuestro como nuestros miedos o nuestros triunfos. Nuestro hoy y nuestro mañana. Y, aunque de tanto repetir la palabra “nuestro” pierda significado, aunque suene mal o sin sentido, será nuestro, como nuestra cama porque no hay nada como dormir en nuestra propia cama.